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La historia se repite como un bucle infinito y en cada espira se reinterpreta. Han sido tantos años perdidos que la televisión pública ha quedado exhausta. La necedad es infinita, la estupidez también y el error igualmente.

Nunca ha existido un plan para la televisión pública, algo tan importante que hasta los regímenes islamistas aprecian como un bien que extiende su influencia. Ahí tenemos las quejas de Irán por dejar de repetir su señal por Hispasat, ahí tenemos la propagación de la señal de Al Yazira, ahí tenemos el dominio mundial de las ideas de la BBC, ahí tenemos la CNN y sin embargo España tiene un Canal Internacional anoréxico y un Canal 24 horas ridículo. Se cierra la onda corta de radio, se apuesta por contenidos rancios en la cadena nacional, se jibarizan los ingresos, se coloca a dedo a personas escasamente cualificadas para desempeñar un puesto, el de presidente, que resulta complicado si no se tiene la preparación adecuada. Se pone en manos de "mindundis" la dirección de la cadena, ¡que mal recuerdo ha dejado Corrales, Abbad, Eleta!, y ahí siguen, unos cuantos más, aferrados como lapas y percebes al granítico acantilado de los puestos de dirección.

No es de extrañar que exista una fobia a la televisión pública, acrecentada a pasos agigantados en tanto en cuanto hacemos una basura peor que la peor de las basuras. Ahí han quedado programas absurdos como Entre Todos, ahí sigue La Mañana, con una presentadora que no tiene ni por asomo el nivel de Ana Rosa Quintana o Sussana Grisó, que sin ser las mejores del mundo mundial, si tienen la dignidad de saber de que hablan y tienen la actualidad como bandeja de presentación frente a la desnatada tontería de los sucesos y una visión light, en pocos casos, de la política.

El PP siempre ha renunciado al cuerpo a cuerpo, cuesta aún que se vean debates de calado, algo que aprovechan A3 y T5 para espolear el share de la audiencia. Nos hemos quedado en la construcción de una programación de besugos para que la vean merluzos, con todos los respetos por los pescados que estamos inmersos en la producción y realización técnica de unos contenidos que bien podrían ser emitidos en Malawi que no tiene televisión.

El PSOE que ha horadado en las cuentas públicas, no ha ido a la zaga. Los gobernantes del fallido socialismo español, han dispuesto diferentes presidentes con un estilo Fouché, el famoso fundador del espionaje moderno. Ahí tuvimos personajes siniestros como Calviño, Solana y otros de cara amable pero igualmente inútiles como Caffarel o Fernández. No es la mala suerte, son los gobernantes mediocres los que nos han llevado a una situación, la de la televisión pública, a un callejón casi sin salida.

No hay plan, no hay gobierno, no hay sentido. Un país que se resquebraja gracias a la tontería de abundio o del tonto del bote que nos manda y que confude la quincalla con la técnica como en el célebre caso de Alberto Oliart que denominaba Terrazas a las Estaciones Terrenas y Tomavistas a las sofisticadas Cámaras de Vídeo, señal de que su mundo se había quedado allá por los años 50 antes de que Jesucristo inventara las misas.

¡Que mala suerte!, no hay un presidente que dure una media superior a los dos años, todos se van gracias a su sabiduría para labrarse un futuro alternativo, o bien, para hundirse en el ostracismo y desparecer bajo el edredón de la historia audiovisual. ¡Que lástima!, todos los presidentes se dedican a escuchar a los fariseos que le rodean y nunca prestan oídos a los profesionales que trabajan el día a día, que saben y tienen el Know How necesario para levantar la audiencia, al tiempo, que reducen el coste, que no renuncian a tener una retribución mayor en correspondencia con su productividad y calidad, que no desean tener un salario fijo por ser sencillamente "funcionarios" pegados a la silla del Estado.

Un país como España no se merece una televisión pública de morralla, más aún, cuando desde otros territorios medievales se dispara contra el estado, la nación y la patria mientras se construyen castillos de independencia gracias a televisiones que han sido tomadas por las fuerzas de los regímenes más retrógrados. No hay que dorar la píldora, hay que tomar las riendas verbales de nuestro destino y hacer frente a este futuro inciderto que se avecina. Una televisión pública española es una necesidad imperiosa para obtener el rédito social en una escala planetaria que nos merecemos.

 

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